Sarajevo, callejeando.
(Parte DOS)
Baščaršija


Las calles del barrio musulmán de Baščaršija, herencia de cuatro siglos de ocupación otomana, atraen por su color y su aroma. Decenas de restaurantes inundan la calle con fragancias a burek, a cevapi, a carnes asadas y especias.
Familias enteras degustan exquisiteces en los alrededores de la Plaza de las Palomas y la fuente de Sebilj, dándose un respiro en la jornada. Mujeres con sus pañuelos hiyabs caminan junto a turistas en musculosas y bermudas, mientras algunos varones saborean su narguile o toman café a la turca.
Describir Sarajevo sólo como un destino turístico se hace difícil y es muy distinta si la queremos comparar con cualquier ciudad europea.


Más pobre que aquellas, se puede ver en los medios de transporte, por ejemplo, la ausencia de subtes y en los barrios que rodean las partes más visitadas por los turistas (en estos barrios es donde se pueden comer los mejores cevapis de Sarajevo). Recomendables para  callejear.


Sin embargo tiene una magia que la distingue. El Barrio musulmán de Baščaršija puede parecerse a otros barrios de Granada y París (donde el regateo del precio es casi un deporte nacional), por ejemplo, pero mantiene la herencia de una guerra sangrienta que sufrió entre 1992 y 1995, que la ha dejado regada de cementerios donde antes había plazas públicas.



En uno de los barrios alejados del centro entré a una mezquita, con un patio y su minarete al lado, la puerta estaba abierta y no me pareció una falta de respeto. Mi mirada estaba enfocada en unas lápidas que ví en un patio, a un lado. Las tumbas en patios y jardines son habituales. Serían unas 8 o 10 y las que tenían fechas grabadas eran todas del período 1992-1995.
Escuché un ruido detrás, el chirrido de una puerta de verja al abrirse, cuando estaba haciendo las fotos y al girar la mirada ví a una mujer entrando, con un hiyab en la cabeza. Puso su mano derecha sobre su corazón, inclinó su cabeza con respeto y me dijo “Welcome to Sarajevo”. Tenía en su cara tristeza, pero también una mirada calma en sus ojos relajados.



Un cartel en el frente de una casa que dice ”Europa, no fue suficiente?”. Las marcas de disparos en los frentes de los edificios, decenas de placas de bronce, como memoriales, en casas donde vivieron víctimas de la guerra.


Miles de tumbas donde había plazas públicas, heridas abiertas después de más de 20 años del final de la pesadilla y souvenirs de plomo en los mercados.



Hubiera querido meterme en su cabeza para tratar de entender cómo fue el principio de todo, tanto tiempo fermentándose el odio que terminó en batalla. 
¿Cómo pasar de ser vecinos a ser enemigos?.
“No olvidar el 93”, decía una intervención en Mostar.
Y las “Rosas de Sarajevo” como recuerdos palpables y visibles del drama.
Lo más probable es que nunca lo pueda llegar a entender

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