Cementerios de Sarajevo.



Desde lo alto, en la colina de la Fortaleza amarilla y en los faldeos de uno de los cerros que rodean Sarajevo, se puede ver la parte este de la ciudad: la Vijecnica (la antigua Biblioteca destruída durante la guerra, hoy el Ayuntamiento) y la curva del río. Es como una pradera de tejas rojas casi hasta el otro extremo de la ciudad donde aparecen las siluetas de unos pocos edificios, como sobrevivientes, allá muy lejos, los mismos que fueron incendiados durante la guerra.

Y como si fuera un bosque, con algunos claros, un mar de lápidas blancas. Cientos, cientos. Filas de tumbas descienden hasta las calles de más abajo. Mezclándose casas, lápidas, casas…




Es inquietante caminar entre tantas tumbas. Se pierde la vista en las largas hileras de lápidas que suben hasta las cimas de las colinas y donde cualquiera puede caminar largamente entre sepulturas blancas.

Las huellas de esa guerra también se pueden ver en los frentes de muchos edificios con marcas de metralla y explosiones y, a 23 años de finalizada la contienda permanecen inalterables, aún cuando esas casas hayan sido pintadas varias veces, como quien muestra las cicatrices en su cuerpo con dolor o con orgullo, pero con la firme intención de no olvidar.



Un edificio tiene unas 30 placas de bronce con los nombres de personas que vivieron y murieron en él. Como siempre, todas las fechas de muerte eran entre 1992-1995, la guerra.



En el sitio de Sarajevo, que duró casi cuatro años, durante mucho tiempo no hubo agua, gas ni electricidad. En las plazas públicas hay muy pocos árboles ya que eran podados para cocinar y calefaccionarse y lo hacían seguramente sin pensar que estaban desmontándolas para despejar y poder cubrirlas de tumbas.

Dzevad Karahasan, escritor y dramaturgo bosnio, traza una metáfora muy interesante para explicar la multiplicidad étnica y cultural de Bosnia: el DOLMA es un plato a base de un picadillo de carne, arroz, especias y distintos vegetales trozados con el que después rellenan ajíes, papas o cebollas. Deben conservar su sabor original y juntos crear un sabor nuevo, ilimitadamente complejo y es “una comida elaborada de modo dramático”. Ese plato es de origen otomano y herencia de más de 400 años de conquista, que se ha adaptado y que en la actualidad se encuentra en cualquier restaurante y local de comida al paso de Bosnia. 



“Rosas de Sarajevo”.



En el piso, donde han quedado las huellas de la explosión de una bomba, lo han pintado con resina roja: son las “Rosas de Sarajevo”. Algunos hoy están despintados. Hay una en la peatonal Ferhadija, frente a la Catedral de Sarajevo, otra también en Ferhadija más abajo y otra en el Mercado Markale. Las que pude encontrar yo, al menos.



El primer bombardeo en el Mercado Markale tuvo lugar un 5 de febrero de 1994 cuando 68 personas fueron asesinadas y 144 resultaron gravemente heridas. La segunda fue el 28 de agosto de 1995, cuando cinco impactos de mortero mataron a 43 personas y sus esquirlas dejaron heridas a otras 75.

Nunca quedó totalmente claro desde dónde partieron los obuses que estallaron en el Mercado Markale. Las Rosas están ahí, junto con huellas de metralla sobre algunos edificios, como recuerdo de la guerra en la región

Algunos apuntes en mi cuaderno:

Ratko Mladic, el ex-jefe de Estado Mayor del Ejército de la República Srpska, el “héroe del pueblo serbio” como lo llamaban, fue el responsable del asedio de Sarajevo durante los casi cuatro años y de la masacre de Srebrenica. En 2017 lo condenaron a cadena perpetua tras capturarlo después de estar 16 años escondido.

El asedio a la ciudad tuvo 10.000 víctimas, entre ellos 1500 niños. Mladic llamaba despectivamente “turcos” a los bosnios musulmanes. La guerra de Bosnia dejó cerca de 100.000 víctimas, entre civiles y militares.


"... contener la muerte, toda la muerte,

desde antes de la vida,

tan dulcemente contenerla,

y no ser malvado…"


Rainer María Rilke.


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