I love Sarajevo
(Parte UNO)
Fue complicado llegar a Sarajevo.
Unos días antes, en Dubrovnik, Croacia, parecía estar en una ciudad europea mediterránea. Rubias pulposas, carteras importantes, ropas llamativas y algo de ese lujo de clase media pudiente a quien le gusta mostrar cuan exitoso se puede ser al y lo exquisito que saben los mariscos servidos sobre la arena en una bella playa. Claro... los que realmente tienen dinero no vacacionan ahí.
Después de cuatro días en el lugar (que incluyó dos viajes a Mostar, en Bosnia, y a Kotor y Perast, en Montenegro) el siguiente destino era Sarajevo, la capital de la vecina república/federación de Bosnia y Herzegovina.
Mostar (Bosnia y Herzegovina)
Perast (Montenegro)
Meses antes, cuando organicé el viaje, excursiones y tickets de buses me encontré con una dificultad en la logística: los viajes en tren son extremadamente largo por el estado deficiente de la red y muy lentos por carreteras, no sólo por el estado de ellas sino porque los trámites de visado para entrar en Bosnia no son precisamente rápidos. El viaje en avión rondaba los 300 euros, una barbaridad para mi presupuesto. Finalmente lo único que conseguí fue un ticket para un bus que salía de Dubrovnik a las 14.00 Hs. (y que en realidad terminó saliendo a las 16.00 Hs.), con llegada prevista a Sarajevo a las 22.00 Hs. (y que en verdad llegó a las 00.30 Hs.), por lo que terminé perdiendo un día entero entre viaje, esperas y demoras.
La ruta supone una salida de Croacia y una entrada a Bosnia por un paso fronterizo que nos demoró casi dos horas ("Nou fotos, nou fotos", me gritaban amenazadoramente los policías bosnios con las manos apoyadas en sus pistolas) y como el estado de la ruta y el bus no eran de los mejores, el viaje se transformó en toda una odisea.
Me contacté vía email (a veces el wifi del bus funcionaba) con el hotel donde me iba a alojar antes de dejar Croacia para avisar que llegaba muy tarde y me tranquilizaron diciendo que aunque cerraban las puertas a las 0.00 Hs., un sereno me facilitaría la entrada y la llave de la habitación, en caso de llegar tarde. No todo estaba perdido, entonces.
Sin luces para leer y sin servicio de wifi, solo me quedaba refugiarme en mi iPod y en unos discos de rock nacional de los setenta: el viaje entonces se transformó en una sucesión de somnoliencias y muchachas ojos de papel.
En un momento terminó las oscuridad de la ruta y entramos en una corta autopista, la única de Bosnia, de unos pocos kilómetros hasta la ciudad y que nos avisaba del fin próximo del viaje.
La estación de buses, desierta a esa hora, me recibió y todos comenzaron a retirar su equipaje y a dirigirse a las paradas de colectivos o al estacionamiento, donde alguien los esperaba. Seguí a estos últimos buscando la parada de taxis. Estábamos en el extremo oeste de la ciudad y yo iba hacia el este, a Baščaršija, el barrio musulmán por excelencia y donde estaba mi hotel.
Un dato curioso: la moneda de Bosnia y Herzegovina es el marco bosnio (KM) y como recién llegado y con todos los negocios y oficinas cerradas a esa hora, no tenía moneda local. Al primer taxi que encontré le dije a dónde iba y le pregunté si le podía pagar en euros. Me dijo que no había problema. Partimos, atravesamos la ciudad y llegamos a destino. El reloj taxímetro marcaba "15", le pregunté cuánto era y me dice "15 euros", señalando el reloj. Le pagué los quince euros y después supe que lo que marcaba el taxímetro era en KM, por lo que si el cambio era 1 Km por 0,50 euros me cobró el doble, o sea que me estafó.
"Welcome to Sarajevo", me dirían unos días después.
Finalmente la odisea había llegado a su fin: pude dejar el equipaje, bañarme y sentarme en el balcón a ver cómo la bruma cubría lentamente las aguas del Río Miljacka y de fondo un murmullo, el palpitar de la ciudad, ahí nomás, cruzando el puente.
"Welcome to Sarajevo", pensé antes de quedarme dormido.
Continuará...
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