El espíritu de los Andes.

"Cuando el cóndor vuela, va a encontrarse con Viracocha (Dios)…”, dicen en las comunidades originarias de los Andes americanos, y desde que este enviado ha desaparecido de sus cielos sus ruegos no llegan a destino. A mediados del siglo XIX, naturalistas como Charles Darwin,el perito F. P. Moreno y Guillermo E. Hudson citaban al cóndor andino como habitual visitante de las costas de Río Negro, pero hace más de 170 años que están localmente extinguidos en la zona y sólo viven hoy en los recuerdos de los nietos de algunos infaltables memoriosos. Desaparecido en Venezuela desde 1965, y con algunas pocas decenas de ejemplares en Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, es en Chile y en la Argentina donde sobreviven poblaciones más abundantes. No obstante, los peligros que los amenazan son la reducción de su territorio por la presencia humana, los perros domésticos con los que compiten disputándose la carroña, el peligro de ingerir animales envenenados para acabar con zorros y pumas, intoxicación por ingestas con altas dosis de DDT o plomo y choques con cables de alta tensión. Si a esto le sumamos que una pareja tarda más de dos años en criar un pichón, los cóndores están en problemas. 

El Proyecto de Conservación del Cóndor Andino (PCCA) tiene como fin repoblar territorios donde estas aves están extinguidas o en vías de desaparecer y encierra un contexto cultural más amplio. El PCCA se fundó en agosto de 1991 y, con el apoyo de la Fundación Bioandina, el Zoológico de Buenos Aires y la Fundación Temaikén, ha criado en condiciones controladas infinidad de pichones de cóndor para luego ser liberados y devueltos a la vida silvestre. Desde los inicios del proyecto, setenta y siete cóndores ya recuperaron el cielo en Argentina y en países de Latinoamérica. Desde 2003 los esfuerzos del Retorno del Cóndor Andino al mar están centrados en repoblar aquellos lugares donde están extinguidos desde hace más de 100 años y hacer posible la postal de cóndores sobrevolando las colas de las ballenas en la costa patagónica argentina. Los huevos que muestran las fotos son recolectados de los zoológicos del interior y trasladados a una incubadora especialmente acondicionada en el Zoo porteño. Con una temperatura controlada, necesitarán dos meses de incubación hasta que el pichón, por sus propios medios, realice una pequeña abertura en el huevo. Si luego de dos o tres días no se produce el nacimiento natural, es asistido mecánicamente (con pinzas de cirugía), tarea asignada al cóndor adulto en condiciones de libertad. Ya higienizado, permanece cerca de tres semanas en una nursery, donde es alimentado cada dos horas a través de títeres de látex para evitar el imprinting, es decir, que en el futuro reconozca al hombre como algo familiar.

Tras unos dos o tres meses de incubación, los pichones son trasladados a recintos de maduración. Allí interactúan y socializan con ejemplares adultos de su propia raza mientras terminan de desarrollar su plumaje juvenil de color pardo ocre. Días antes de la liberación, ya con nueve o diez meses cumplidos, se les coloca un radiotransmisor para su seguimiento satelital y, así, no perderles pisada – sobre todo, para conocer su comportamiento, su dispersión y su adaptación al medio –. 

Los protagonistas de esta historia -los cóndores Inipi, Tamita y Pacha Qhawaq– nacieron a fines del año pasado en el Zoo de Buenos Aires. Serán liberados en las sierras de Pailemán (Río Negro) en septiembre. Ese gran acontecimiento será, seguramente, motivo de otra nota.

Texto de la nota publicada en la Revista Viva, el 4 de mayo de 2008.

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