La calle es nuestra.
A los argentinos nos encanta intervenir.
En el fútbol intervenimos para sugerir un cambio durante el partido.
Cuando vemos cine intervenimos para criticar a tal o cual actor/a.
En política intervenimos para apoyar o denostar a un candidato.
Intervenimos en discusiones para aportar una opinión (aunque no nos la hayan pedido).
En algunos conflictos intervenimos para sugerir una posible solución. Una amigo/a nos dice que va a romper con su pareja e intervenimos, por las dudas.
Y las calles no quedan al margen de nuestra compulsión intervencionista y las intervenimos con intervenciones.
A lo mejor nos sentimos como artistas en las cuevas de Altamira dejando algún mensaje para desconocidos peatones con la esperanza de que si en el futuro sucede una catástrofe esos mensajes post apocalípticos se leerán miles de años después y nos identificarán como a una extraña cultura desaparecida.
O a lo mejor queremos decirle a nuestro vecino que el perro hace sus necesidades en la puerta de nuestra casa y tenemos que intervenir para que sepa que no nos gusta.
O tan sólo queremos decir: “Te quiero, Chuchi”, “Flandria CAMPEON”, “El Bebe se la come” o “Pirucha se perdió el 20 de mayo en Tacuarí al 1000. La extrañamos. RECOMPENSA” junto a la foto de una gata mirando a cámara y un número de teléfono.
O cosas por el estilo.
Entonces como la calle es nuestra la intervenimos y a riesgo de no entender exactamente qué quiere decir lo que vemos (tanto sea que no entendemos la letra o el dibujo es muy confuso), detenemos el paso y le damos una mirada de reojo.
Este trabajo está hecho también para dar una mirada a la pintada intervencionista y después seguir nuestro camino.
La calle es nuestra.
(Work in progress)
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