Acerca de la edición fotográfica.
(Un apunte por la mitad)


La edición fotográfica es, para muchos, caminar sobre arenas movedizas, atravesar un túnel oscuro, arrojar una moneda al aire o jugar al ta-te-tí.

Quienes tenemos alguna experiencia luego de años de trabajo en el ejercicio del registro fotográfico, sea en fotoperiodismo o más puntualmente en el área de la fotografía documental nos enfrentamos al ejercicio de tener que hacer una edición de nuestro propio trabajo personal y recurrir a nuestros cuadernos de notas, algún dato escrito en una servilleta de papel o, más habitualmente, a nuestra memoria. Intentamos hilar una historia: juntar colores, texturas, iluminación, mostrar lo que nos diga algo, poner énfasis con nuestra mirada en un detalle que queremos que el lector no se pierda, inventar, dibujar, imaginar, proponer, sugerir, y después unir artesanalmente una secuencia fotográfica para que el lector vea, a través nuestro, una historia.

La edición es un ejercicio. Ese ejercicio es algo que nos lleva mucho aprender, que todos los días lo ejercitamos, que evoluciona a medida que cambia nuestra mirada con el tiempo, que se complementa en nuestra cabeza con las imágenes que vemos publicadas.


Eduardo Momeñe, un fotógrafo y divulgador español, hace un paralelo entre aprender a leer y ver (editar) fotografías. Dice que es un ejercicio: primero las vocales, luego unir esas letras y formar “mamá”, “papá” y luego complejizarlo algo más con “mamá me ama”, por ejemplo. El siguiente escalón: frases algo más complejas como “el gato de Juan mueve la cola”. Finalmente una sucesión de frases que formarán un párrafo, dos, tres… Por último el ejercicio de comprender un texto, memorizarlo, leerlo o explicarlo.


Cuando emprendemos un trabajo de perfil documental y comenzamos con una pre-edición de nuestras fotos nos encontramos con que debemos pensar en qué queremos que los lectores vean, cómo guiarlos construyendo “párrafos”, en elegir nuestras mejores imágenes y que ellas encajen en ese discurso. Una segunda mirada nos puede hacer ver algún error que corregir y hasta compartir eso con alguien de nuestra confianza para terminar de redondear, consejos mediante, una historia sólida y entendible.

La metodología de la fotografía es una gramática que hay que aprender y practicar: el lenguaje fotográfico termina siendo una estructuración de imágenes y una estructuración de narraciones.


La edición fotográfica es una tarea compleja y debe llevarla a cabo alguien que esté formado.

A menudo en los medios esta tarea recae en quien redacta la nota o en otros casos alguien “que se da maña”.

El periodista es alguien que escribe muy bien, pero debe entender también la fotografía. En el periodismo actual es indisoluble.

No alcanza con que un periodista escriba muy bien y saque fotos con su celular: una buena crónica se cae si quien toma las imágenes no es un profesional y esto además se agrava con una mala edición fotográfica.

Una historia es un fotograma. Lo que cuenta una fotografía no lo pueden contar las palabras.


Continuará…


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