Dubrovnik.
(Croacia)
Dejé atrás Zagreb. Los pueblos van pasando a mi derecha, gente que camina junto a la ruta y en algún lugar unos chicos en un potrero que corren una pelota, soñando con ser Luka Modrić o Iván Rakitić.
Seiscientos kilómetros bajo un sol que empezó siendo un reflejo en el horizonte y ahora es un caníbal en lo alto y lo derrite todo.
Después viajando por la ruta E71 voy dejando atrás ciudades como Makarska, cruzamos el río Neretva, Komin y dos horas de espera en Neum, para entrar y salir de Bosnia y Herzegovina en su franja de salida al mar.
Control aduanero al salir de Croacia, control al entrar a Bosnia y unos kilómetros más allá nuevamente control para salir de Bosnia y volver a entrar a Croacia. Unas dos horas y cuatro sellos en el Pasaporte después seguimos camino. Por momentos adormilado por el sol que se filtra por entre las cortinillas, más la monotonía del rum-rum del motor del micro y el murmullo de dos hombres en el fondo conversando. Jugué a imaginarme de qué iba el diálogo solamente por los tonos de la voz. Al que la tenía más gruesa lo imaginé con pelo largo, barba hirsuta, 40 años y fanático fumador de tabaco negro. El "más joven", seguro con bermudas, algún tatuaje y hasta seguro que llevaba su skate en el depósito.
Siguen pasando los pueblos, alguna parada para tomar algo fresco y seguir descontando las horas.
Dejando atrás Orasac y Zaton ya sabía que el fin del viaje estaba cerca.
Revisé el cuaderno de notas de viaje y el mapa de la ciudad y calculé el camino que tenía que andar desde la terminal de micros hasta Montovjerne, donde me esperaba Miodrag para entregarme las llaves del departamento. Era demasiado para caminar al sol, con equipaje, al mediodía y con más de 35 grados. Mejor tomar un taxi.
Dubrovnik terminó siendo el destino más caro de los Balcanes, lejos. Una ciudad que bulle de turistas y eso se traduce en el precio de todo. En Zagreb, también Croacia, un transporte de bus de recorrido corto costaba 4 Kunas, unos 60 centavos de Euro, mientras que en Dubrovnik por el mismo recorrido pagué 12 Kunas, poco menos de 2 Euros.
Las excursiones que hice desde ahí a Kotor (en Montenegro) y a Mostar (en Bosnia y Herzegovina) fueron de las más caras que pagué. Los tickets para el teleférico y recorrer caminando las murallas de la ciudad costaron 150 Kunas cada una, o sea unos 20 Euros cada actividad. El Museo del Louvre cuesta 15 Euros.
Ciudades caras hay en todo el mundo, o sea que no hay de qué sorprenderse.
Dubrovnik es un destino hermoso y una puerta de entrada para algunos lugares cercanos como el Parque Nacional de los Lagos de Plitvice (en Croacia), las cascadas de Kravice, Medugorje y Mostar (en Bosnia) y Budva, Kotor y Perast, en Montenegro.
Por aquí han pasado años de guerras, ocupaciones y anexiones de turcos, venecianos, bizantinos y austro-húngaros
Hay que recorrer Ragusa, como antiguamente se conocía a Dubrovnik, desde lo alto de las murallas que la protegían y ver un mar de techos de tejas, mezclado con cúpulas de iglesias, acantilados y un mar verde esmeralda. En lo posible hay que ir temprano para evitar los calores del mediodía (yo fui en verano) y encontraremos menos gente. Todas las calles del interior son en su mayoría comercios, restaurantes, locales de venta de souvenirs, ropa y relativamente pocas viviendas.
Muchas pizzerías (excelente la pizza), herencia de su ocupación italiana y riquísimos platos con pescados y carnes de cordero.
Intenté hacer la "gran Bourdain" (Q.E.P.D.) aunque sin fanatismos. Al fin y al cabo no tenía un equipo de filmación siguiendo mis pasos.
PUNJENE PAPRIKE, pimientos rojos no picantes, rellenos con carne picada, arroz y cocidos con salsa de tomate. Exquisito. El típico "ajíes rellenos" que hacía mi vieja. Los boliches en los callejones de Dubrovnik son bastante típicos, aunque hechos para el uso de los turistas. Sin embargo algunos medio escondidos me sorprendieron. El idioma croata es bastante cerrado y mi inglés pobre, de modo que preguntar "¿qué es eso?" traía un pequeño show de ademanes, palabras en inglés y en croata, gestos con las manos y miradas de desconcierto que terminaban siempre en risas y yo comiendo lo que finalmente me recomendaban los anfitriones.
Siempre excelente todo, unos sabores muy especiados, para el paladar argento, pero que permitían disfrutar del pescado o las verduras saboreando todo con fruición.
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